29
de Maio, Memória Facultativa
Nota
Histórica
João
Baptista Montini nasceu a 26 de Setembro de 1897 em Concesio (Bréscia), na
Itália. Foi ordenado sacerdote a 29 de Maio de 1920, distinguiu-se pela
extraordinária solicitude apostólica e nomeado Arcebispo de Milão. Foi eleito à
cátedra de Pedro em 21 de Junho de 1963. Perseverou infatigavelmente na obra
iniciada pelos seus predecessores, em particular, levando a cabo o Concílio
Vaticano II, deu cumprimento à reforma litúrgica, promoveu o diálogo ecuménico
e o anúncio do Evangelho.
A 6 de Agosto de 1978, no Castelo Gandolfo, entregou
a alma a Deus.
ORAÇÃO
Deus eterno e omnipotente, que chamastes o
papa São Paulo VI, solícito apóstolo do Evangelho do vosso Filho, para
governar a santa Igreja, fazei que, iluminados
pelos seus ensinamentos, colaboremos generosamente no vosso reino para que se
dilate a civilização
do amor em todo o mundo. Por Nosso Senhor.
PABLO VI
ÁNGELUS
Fiesta de la
Transfiguración del Señor
Domingo 6 de agosto de 1978
La alocución dominical que el amado
Pontífice había preparado para dirigirla a los peregrinos en Castelgandolfo, a
la hora meridiana del Angelus, el domingo 6 de agosto, y que la ya grave
enfermedad le impidió pronunciar. El Papa descansó en la paz del Señor a las
21,40 del domingo 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor.
Hermanos e hijos queridíssimos:
La Transfiguración del Señor,
recordada por la liturgia en la solemnidad de hoy, proyecta una luz
deslumbrante sobre nuestra vida diaria y nos lleva a dirigir la mente al
destino inmortal que este hecho esconde.
En la cima del Tabor, durante unos
instantes, Cristo levanta el velo que oculta el resplandor de su divinidad y se
manifiesta a los testigos elegidos como es realmente, el Hijo de Dios. «el
esplendor de la gloria del Padre y la imagen de su substancia» (cf. Heb 1, 5);
pero al mismo tiempo desvela el destino trascendente de nuestra naturaleza
humana que El ha tomado para salvarnos, destinada también ésta (por haber sido
redimida por su sacrificio de amor irrevocable) a participar en la plenitud de
la vida, en la «herencia de los santos en la luz» (Col 1, 12).
Ese cuerpo que se transfigura ante
los ojos atónitos de los Apóstoles es el cuerpo de Cristo nuestro hermano, pero
es también nuestro cuerpo destinado a la gloria; la luz que le inunda es y será
también nuestra parte de herencia y de esplendor.
Estamos llamados a condividir tan
gran gloria, porque somos «partícipes de la divina naturaleza» (2 Pe 1. 4).
Nos espera una suerte incomparable,
en el caso de que hayamos hecho honor a nuestra vocación cristiana y hayamos
vivido con la lógica consecuencia de palabras y comportamiento, a que nos
obligan los compromisos de nuestro bautismo.
El tiempo restaurador de las
vacaciones traiga a todos oportunidad de reflexionar más a fondo sobre estas
realidades estupendas de nuestra fe. Una vez más deseamos a todos los aquí
presentes, y a cuantos pueden disfrutar de una pausa de solaz en este tiempo de
vacación, que los transforméis en ocasión para madurar espiritualmente.
Pero tampoco este domingo podemos
olvidar a cuantos sufren por hallarse en circunstancias especiales y no pueden
sumarse a quienes gozan, en cambio, de un reposo ciertamente merecido. Queremos
aludir a los desocupados, que no alcanzan a subvenir a las necesidades
crecientes de sus seres queridos, con un trabajo acorde con su preparación y su
capacidad; a los que padecen hambre, una multitud que aumenta cada día en
proporciones pavorosas; y en general, a todos aquellos que no aciertan a
encontrar un puesto satisfactorio en la vida económica y social.
Por todas estas intenciones se eleve
hoy fervorosa nuestra oración mariana, que estimule asimismo a cada uno a
propósitos de solidaridad fraterna.
María, Madre solícita y afectuosa,
dirija a todos su mirada y su protección.
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