A Regra de São Macário
COMIENZA
LA REGLA DE SAN MACARIO ABAD,
QUE
TUVO BAJO SU JURISDICCIÓN A CINCO MIL MONJES
Capítulo 1
1Los soldados de Cristo deben
acomodar sus pasos del siguiente modo: 2observando
perfectísimamente la caridad entre sí, 3y
amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, Con todo el corazón y con
todas sus fuerzas.
Capítulo 2
1Practicando continuamente entre
sí una perfectísima obediencia, 2pacíficos,
mansos, moderados, 3no (siendo)
soberbios, ni injuriosos, ni murmuradores, ni burlones, ni demasiado locuaces,
ni presuntuosos, 4no buscando su
propio deleite sino el de Cristo, para quien militan; 5sin complacerse en hablar mal ni en
contradecir a alguien; 6no
(siendo) perezosos en su servicio, prontos para la oración, 7perfectos en la humildad, dispuestos a la
obediencia, asiduos a las vigilias, gozosos en los ayunos.
Capítulo 3
1Nadie se juzgue a sí mismo más
justo que otro, 2sino que cada
uno se tenga en poco y se considere inferior a todos, 3porque el que se exalta será humillado y el
que se humilla será exaltado.
Capítulo 4
1Recibe la orden de un anciano como la
salvación. 2No hagas ningún
trabajo murmurando. 3No opongas a
una orden una respuesta negativa.
Capítulo 5
1No te enorgullezcas o te exaltes cuando
hagas una obra útil. 2No te
alegres si has logrado alguna ganancia, 3ni
te aflijas si has sufrido una pérdida.
Capítulo 6
1No te dejes arrastrar por ninguna
familiaridad hacia el siglo, 2sino
que todo tu amor permanezca en el monasterio. 3Considera
el monasterio como un paraíso, 4confía
en que tus hermanos espirituales serán tus parientes eternos.
Capítulo 7
1Teme al prepósito del monasterio como a
Dios mismo, ámalo como a un padre. 2Igualmente
es necesario también amar a todos los hermanos, 3con
quienes también confías verte en la gloria de Cristo.
Capítulo 8
1No odies el trabajo penoso, 2no busques la ociosidad; 3agotado por las vigilias, empapado de
transpiración por los trabajos justos, durmiendo mientras caminas, 4llega cansado al lecho, y cree que tú
reposas con Cristo.
Capítulo 9
1Y, por sobre todo, ama el curso
litúrgico del monasterio. 2Quien
verdaderamente quiera orar con frecuencia, 3encontrará
una más abundante misericordia junto a Cristo.
Capítulo 10
1Recitados los matutinos, los hermanos
estudiarán hasta la segunda hora, 2siempre
que no haya una causa, 3que
obligue a suprimir también el estudio, para hacer algo en común.
Capítulo 11
1Después de la segunda hora cada uno estará
disponible para su trabajo hasta la novena hora, 2y
todo lo que le sea mandado lo hará sin murmuración, 3como lo enseña el santo Apóstol.
Capítulo 12
1Si alguno murmurara o fuera
contestador, 2o se mostrara de
mala voluntad en algo respecto a lo mandado, 3sea
corregido como corresponde según el arbitrio del anciano y la gravedad de la
falta; 4se lo mantendrá aparte
por todo el tiempo que la naturaleza de la falta lo exija 5y hasta que, haciendo penitencia, se
humille y se corrija como corresponde. 6El
hermano que ha sido corregido no se atreva a marchar a ninguna parte.
Capítulo 13
1Si algunos de los hermanos que
están en el oratorio o que habitan en las celdas 2se
solidariza con el error de él, será (considerado) culpable.
Capítulo 14
1Dada la señal para la hora de la
oración, 2aquel que no abandona
inmediatamente toda obra que esté por hacer 3-porque
nada se debe anteponer a la oración-, para estar disponible, 4será dejado afuera, para que se avergüence.
Capítulo 15
1Cada uno de los hermanos hará
verdaderamente un esfuerzo, 2para
que en el tiempo en que se celebran los oficios -en las vigilias deben velar-, 3cuando todos se reúnen, 4aquel que esté abrumado por el sueño, 5que salga afuera y no se ocupe en fábulas, 6sino que inmediatamente vuelva a la obra
para la cual se han reunido. 7En
la reunión misma donde se hace la lectura, 8tengan
siempre el oído (atento) a las Escrituras y observen todos el silencio.
Capítulo 16
1Se tuvo que agregar también esto:
2el hermano que por cualquier
falta es acusado o reprendido, 3tenga
paciencia y no responda al que lo reprende, 4sino
humíllese en todo, según el precepto del Señor que dice: 5Dios da la gracia a los humildes, pero
resiste a los soberbios, 6y quien se humilla, será exaltado.
Capítulo 17
1A aquel que, corregido a menudo,
no se enmienda, 2se le ordenará
colocarse en el último lugar en el orden (de la comunidad). 3Si ni siquiera así se enmendara, 4se lo tratará como a extranjero, tal como
lo dice el Señor: Que sea para ti como un pagano y un publicano.
Capítulo 18
1En la mesa, especialmente, nadie
hablará, 2excepto el que preside
y aquel que fuera interrogado.
Capítulo 19
1Ninguno se enorgullecerá de su
pericia ni de su voz, 2sino que
se alegrará en el Señor por la humildad y la obediencia.
Capitulo 20
1Cultiven la hospitalidad en todas
las circunstancias, y no apartes los ojos para dejar al pobre sin nada, 2no sea que el Señor venga a ti en el
huésped o en el pobre, 3te vea
dudar y te condene. 4Pero
muéstrate alegre con todos y obra fielmente.
Capítulo 21
1“Al padecer una injuria, calla”. 2“No sepas hacer injuria, (pero) sé capaz de
tolerar la que te hagan”. 3Que no
te seduzcan consejos vanos, 4sino
afírmate siempre más en Cristo. 5No
estimes (tener) parientes más próximos que tus hermanos, 6que están contigo en el monasterio.
Capítulo 22
1Si hay que ir a buscar las cosas
necesarias para el monasterio, saldrán dos o tres hermanos, 2 y solamente aquellos a los que se les
tiene confianza, 3no los que se
entregan a la charlatanería o la gula.
Capítulo 23
1Por tanto, si alguien quisiera
dejar el mundo y llevar vida religiosa en el monasterio, 2se le leerá la regla al entrar y se le
expondrán todos los usos del monasterio. 3Si
acepta todo buenamente, entonces sea recibido dignamente por los hermanos en el
monasterio.
Capítulo 24
1Si quisiera traer algún bien
(material) al monasterio, 2sea
puesto en la mesa ante todos los hermanos, como lo prescribe la regla. 3Si fuera aceptada la ofrenda, no sólo del
bien que trajo, 4sino tampoco ni
de sí mismo podrá disponer desde aquel momento. 5Pues
si algo distribuyó anteriormente a los pobres o, viniendo al monasterio, trajo
alguna cosa para los hermanos, 6sin
embargo, (ya) no le es lícito tener alguna cosa en su poder.
Capítulo 25
1Si después de tres días quisiera
irse por cualquier motivo de discordia, 2no
recibirá absolutamente nada sino el vestido con el cual vino; 3y si muriese, ninguno de sus herederos debe
ir (al juez). 4Si quisiera
impulsar (un juicio), 5se le
leerá la regla, y (así) se lo cubrirá de vergüenza y se irá confundido, 6porque también le fue hecha la lectura a
aquel que exigía los bienes.
Capítulo 26
1Por tanto, por cualquier causa
que faltare un hermano, 2será
excluido de la oración y sometido a rigurosos ayunos. 3Si pidiese perdón postrado delante de todos
los hermanos, se lo perdonará.
Capítulo 27
1Pero si quisiera persistir en su
pecado y soberbia y dice: 2“No
puedo seguir, pero tomaré mi manto y me iré donde me quiera Dios”, 3el primero de los hermanos que le oiga
decir esto, 4se lo referirá al prepósito,
y el prepósito al abad. 5El abad
se sentará delante de todos los hermanos, 6mandará
traerlo, (y después) de corregirlo con golpes, se hará oración (por él), y así
se lo recibirá en la comunión. 7Porque
si no se enmendara con sana doctrina, se curará con golpes.
Capítulo 28
1Si por casualidad algún hermano
quisiera salir del monasterio por cualquier motivo de discordia, 2nada absolutamente se le pondrá sino un
vestido ridiculísimo, 3y que se
vaya el infiel fuera de la comunión. 4Pues
los mansos y los pacíficos se apoderan del reino de lo alto, 5y son contados como hijos del Altísimo, y
reciben preciosas coronas resplandecientes; 6en
cambio, los hijos de las tinieblas irán a las tinieblas exteriores. 7¿Sobre quién descansaré, dice el Señor,
sino sobre el humilde, el paciente y el que teme mis palabras?
Capítulo 29
1He aquí también algo que debe
observarse: 2los que infringen el
ayuno en la cuarta (miércoles) y la sexta (viernes) feria se hacen pasivos de
una pena grave.
Capítulo 30
1Esto también hay que agregar: 2que dentro del monasterio nadie haga
artesanía, 3sino aquel cuya fe
fuera probada, 4y que hará lo que
pueda hacer para utilidad y para las necesidades del monasterio.
Macario
nació en el alto Egipto, hacia el año 300, y pasó su juventud como pastor.
Movido por una intensa gracia, se retiró del mundo a temprana edad,
confinándose en una estrecha celda, donde repartía su tiempo entre la oración,
las prácticas de penitencia y la fabricación de esteras. Una mujer le acusó
falsamente de que había intentado hacerle violencia. A resultas de ello,
Macario fue arrastrado por las calles, apaleado y tratado de hipócrita
disfrazado de monje. Todo lo sufrió con paciencia, y aun envió a la mujer el
producto de su trabajo, diciéndose: «Macario, ahora tienes que trabajar más,
pues tienes que sostener a otro». Pero Dios dio a conocer su inocencia: la
mujer que le había calumniado no pudo dar a luz, hasta que reveló el nombre del
verdadero padre del niño. Con ello, el furor del pueblo se tornó en admiración
por la humildad y paciencia del santo. Para huir de la estima de los hombres,
Macario se refugio en el vasto y melancólico desierto de Escete, cuando tenía
alrededor de treinta años. Allí vivió sesenta años y fue el padre espiritual de
innumerables servidores de Dios que se confiaron a su dirección y gobernaron
sus vidas con las reglas que él les trazó. Todos vivían en ermitas separadas.
Sólo un discípulo de Macario vivía con él y se encargaba de recibir a los
visitantes. Un obispo egipcio mandó a Macario que recibiera la ordenación
sacerdotal a fin de que pudiese celebrar los divinos misterios para sus
ermitaños. Más tarde, cuando los ermitaños se multiplicaron, fueron construidas
cuatro iglesias, atendidas por otros tantos sacerdotes.
Las
austeridades de Macario eran increíbles. Sólo comía una vez por semana. En una
ocasión, su discípulo Evagrio, al verle torturado por la sed, le rogó que
tomase un poco de agua; pero Macario se limitó a descansar brevemente en la
sombra, diciéndole: «En estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni dormido
lo suficiente para satisfacer a mi naturaleza». Su cuerpo estaba debilitado y
tembloroso; su rostro, pálido. Para contradecir sus inclinaciones, no rehusaba
beber un poco de vino, cuando otros se lo pedían, pero después se abstenía de
toda bebida durante dos o tres días. En vista de lo cual, sus discípulos
decidieron impedir que los visitantes le ofrecieran vino. Macario empleaba
pocas palabras en sus consejos, y recomendaba el silencio, el retiro y la
continua oración -sobre todo esta última- a toda clase de personas.
Acostumbraba decir: «En la oración no hace falta decir muchas cosas ni emplear
palabras escogidas. Basta con repetir sinceramente: Señor, dame las gracias que
Tú sabes que necesito. O bien: Dios mío, ayúdame». Su mansedumbre y paciencia
eran extraordinarias, y lograron la conversión de un sacerdote pagano y de
muchos otros.Macario ordenó a un joven que le pedía consejos que fuese a un cementerio
a insultar a los muertos y a alabarlos. Cuando volvió el joven, Macario le
preguntó qué le habían respondido los difuntos. «Los muertos no contestaron a
mis insultos, ni a mis alabanzas», le dijo el joven. «Pues bien, -le aconsejó
Macario-, haz tú lo mismo y no te dejes impresionar ni por los insultos, ni por
las alabanzas. Sólo muriendo para el mundo y para ti mismo, podrás empezar a
servir a Cristo». A otro le aconsejó: «Está pronto a recibir de la mano de Dios
la pobreza, tan alegremente como la abundancia; así dominarás tus pasiones y
vencerás al demonio». Como cierto monje se quejara de que en la soledad sufría
grandes tentaciones para quebrantar el ayuno, en tanto que en el monasterio lo
soportaba gozosamente, Macario le dijo: «El ayuno resulta agradable cuando
otros lo ven, pero es muy duro cuando está oculto a las miradas de los
hombres». Un ermitaño que sufría de fuertes tentaciones de impureza, fue a
consultar a Macario. El santo, después de examinar el caso, llegó el
convencimiento de que las tentaciones se debían a la indolencia del ermitaño;
así pues, le aconsejó que no comiera nunca antes de la caída del sol, que se
entregara a la contemplación durante el trabajo, y que trabajara sin cesar. El
otro siguió estos consejos y se vio libre de sus tentaciones. Dios reveló a
Macario que no era tan perfecto como dos mujeres casadas que vivían en la
ciudad. El santo fue a visitarlas para averiguar los medios que empleaban para
santificarse, y descubrió que nunca decían palabras ociosas ni ásperas; que
vivían en humildad, paciencia y caridad, acomodándose al humor de sus maridos,
y que santificaban todas sus acciones con la oración, consagrando a la gloria
de Dios todos sus fuerzas corporales y espirituales.
Un
hereje de la secta de los hieracitas, que negaban la resurrección de los
muertos, había inquietado en su fe a varios cristianos. Sozomeno, Paladio y
Rufino relatan que san Macario resucitó a un muerto para confirmar a esos
cristianos en su fe. Según Casiano, el santo se limitó a hacer hablar al muerto
y le ordenó que esperase la resurrección en el sepulcro. Lucio, obispo arriano
que había usurpado la sede de Alejandría, envió tropas al desierto para que
dispersaran a los piadosos monjes, algunos de los cuales sellaron con su sangre
el testimonio de su fe. Los principales ascetas. Isidoro, Pambo, los dos
Macarios y algunos otros, fueron desterrados a una pequeña isla del delta del
Nilo, rodeada de pantanos. El ejemplo y la predicación de los hombres de Dios
convirtieron a todos los habitantes de la isla, que eran paganos. Lucio
autorizó más tarde a los monjes a retornar a sus celdas. Sintiendo que se
acercaba su fin, Macario hizo una visita a los monjes de Nitria y les exhortó,
con palabras tan sentidas, que éstos se arrodillaron a sus pies llorando. «Sí,
hermanos -les dijo Macario-, dejemos que nuestros ojos derramen ríos de
lágrimas en esta vida, para que no vayamos al sitio en que las lágrimas
alimentan el fuego de la tortura». Macario fue llamado por Dios a los noventa
años, después de haber pasado sesenta en el desierto de Escete. Según el
testimonio de Casiano, Macario fue el primer anacoreta de ese vasto desierto.
Algunos autores sostienen que fue discípulo de san Antonio, pero es imposible
que haya vivido bajo la dirección de este santo, antes de retirarse al
desierto. Sin embargo, parece que más tarde visitó una o varias veces a san
Antonio, quien vivía a unos quince días de viaje del sitio donde habitaba san
Macario. En los ritos copto y armenio, el canon de la misa conmemora a san
Macario.