segunda-feira, 1 de julho de 2024

A Regra de São Macário

COMIENZA LA REGLA DE SAN MACARIO[1] ABAD,

QUE TUVO BAJO SU JURISDICCIÓN A CINCO MIL MONJES


Capítulo 1

                1Los soldados de Cristo deben acomodar sus pasos del siguiente modo: 2observando perfectísimamente la caridad entre sí, 3y amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, Con todo el corazón y con todas sus fuerzas[2].

Capítulo 2

                1Practicando continuamente entre sí una perfectísima obediencia, 2pacíficos, mansos, moderados, 3no (siendo) soberbios, ni injuriosos, ni murmuradores, ni burlones, ni demasiado locuaces, ni presuntuosos, 4no buscando su propio deleite sino el de Cristo, para quien militan; 5sin complacerse en hablar mal ni en contradecir a alguien; 6no (siendo) perezosos en su servicio, prontos para la oración, 7perfectos en la humildad, dispuestos a la obediencia, asiduos a las vigilias, gozosos en los ayunos.

Capítulo 3

                1Nadie se juzgue a sí mismo más justo que otro, 2sino que cada uno se tenga en poco y se considere inferior a todos, 3porque el que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado[3].

Capítulo 4

            1Recibe la orden de un anciano como la salvación. 2No hagas ningún trabajo murmurando. 3No opongas a una orden una respuesta negativa.

Capítulo 5

            1No te enorgullezcas o te exaltes cuando hagas una obra útil. 2No te alegres si has logrado alguna ganancia, 3ni te aflijas si has sufrido una pérdida.

Capítulo 6

            1No te dejes arrastrar por ninguna familiaridad hacia el siglo, 2sino que todo tu amor permanezca en el monasterio. 3Considera el monasterio como un paraíso, 4confía en que tus hermanos espirituales serán tus parientes eternos.

Capítulo 7

            1Teme al prepósito del monasterio como a Dios mismo, ámalo como a un padre. 2Igualmente es necesario también amar a todos los hermanos, 3con quienes también confías verte en la gloria de Cristo.

Capítulo 8

                1No odies el trabajo penoso, 2no busques la ociosidad; 3agotado por las vigilias, empapado de transpiración por los trabajos justos, durmiendo mientras caminas, 4llega cansado al lecho, y cree que tú reposas con Cristo.

Capítulo 9

                1Y, por sobre todo, ama el curso litúrgico del monasterio. 2Quien verdaderamente quiera orar con frecuencia, 3encontrará una más abundante misericordia junto a Cristo.

Capítulo 10

            1Recitados los matutinos, los hermanos estudiarán hasta la segunda hora, 2siempre que no haya una causa, 3que obligue a suprimir también el estudio, para hacer algo en común.

Capítulo 11

            1Después de la segunda hora cada uno estará disponible para su trabajo hasta la novena hora, 2y todo lo que le sea mandado lo hará sin murmuración, 3como lo enseña el santo Apóstol.

Capítulo 12

                1Si alguno murmurara o fuera contestador, 2o se mostrara de mala voluntad en algo respecto a lo mandado, 3sea corregido como corresponde según el arbitrio del anciano y la gravedad de la falta; 4se lo mantendrá aparte por todo el tiempo que la naturaleza de la falta lo exija 5y hasta que, haciendo penitencia, se humille y se corrija como corresponde. 6El hermano que ha sido corregido no se atreva a marchar a ninguna parte.

Capítulo 13

                1Si algunos de los hermanos que están en el oratorio o que habitan en las celdas 2se solidariza con el error de él, será (considerado) culpable.

Capítulo 14

                1Dada la señal para la hora de la oración, 2aquel que no abandona inmediatamente toda obra que esté por hacer 3-porque nada se debe anteponer a la oración-, para estar disponible, 4será dejado afuera, para que se avergüence.

Capítulo 15

                1Cada uno de los hermanos hará verdaderamente un esfuerzo, 2para que en el tiempo en que se celebran los oficios -en las vigilias deben velar-, 3cuando todos se reúnen, 4aquel que esté abrumado por el sueño, 5que salga afuera y no se ocupe en fábulas, 6sino que inmediatamente vuelva a la obra para la cual se han reunido. 7En la reunión misma donde se hace la lectura, 8tengan siempre el oído (atento) a las Escrituras y observen todos el silencio.

Capítulo 16

                1Se tuvo que agregar también esto: 2el hermano que por cualquier falta es acusado o reprendido, 3tenga paciencia y no responda al que lo reprende, 4sino humíllese en todo, según el precepto del Señor que dice: 5Dios da la gracia a los humildes, pero resiste a los soberbios[4], 6y quien se humilla, será exaltado[5].

Capítulo 17

                1A aquel que, corregido a menudo, no se enmienda, 2se le ordenará colocarse en el último lugar en el orden (de la comunidad). 3Si ni siquiera así se enmendara, 4se lo tratará como a extranjero, tal como lo dice el Señor: Que sea para ti como un pagano y un publicano.

Capítulo 18

                1En la mesa, especialmente, nadie hablará, 2excepto el que preside y aquel que fuera interrogado.

Capítulo 19

                1Ninguno se enorgullecerá de su pericia ni de su voz, 2sino que se alegrará en el Señor por la humildad y la obediencia.

Capitulo 20

                1Cultiven la hospitalidad en todas las circunstancias, y no apartes los ojos para dejar al pobre sin nada, 2no sea que el Señor venga a ti en el huésped o en el pobre, 3te vea dudar y te condene. 4Pero muéstrate alegre con todos y obra fielmente.

Capítulo 21

                1“Al padecer una injuria, calla”. 2“No sepas hacer injuria, (pero) sé capaz de tolerar la que te hagan”. 3Que no te seduzcan consejos vanos, 4sino afírmate siempre más en Cristo. 5No estimes (tener) parientes más próximos que tus hermanos, 6que están contigo en el monasterio.

Capítulo 22

                1Si hay que ir a buscar las cosas necesarias para el monasterio, saldrán dos o tres hermanos, 2 y solamente aquellos a los que se les tiene confianza, 3no los que se entregan a la charlatanería o la gula.

Capítulo 23

                1Por tanto, si alguien quisiera dejar el mundo y llevar vida religiosa en el monasterio, 2se le leerá la regla al entrar y se le expondrán todos los usos del monasterio. 3Si acepta todo buenamente, entonces sea recibido dignamente por los hermanos en el monasterio.

Capítulo 24

                1Si quisiera traer algún bien (material) al monasterio, 2sea puesto en la mesa ante todos los hermanos, como lo prescribe la regla. 3Si fuera aceptada la ofrenda, no sólo del bien que trajo, 4sino tampoco ni de sí mismo podrá disponer desde aquel momento. 5Pues si algo distribuyó anteriormente a los pobres o, viniendo al monasterio, trajo alguna cosa para los hermanos, 6sin embargo, (ya) no le es lícito tener alguna cosa en su poder.

Capítulo 25

                1Si después de tres días quisiera irse por cualquier motivo de discordia, 2no recibirá absolutamente nada sino el vestido con el cual vino; 3y si muriese, ninguno de sus herederos debe ir (al juez). 4Si quisiera impulsar (un juicio), 5se le leerá la regla, y (así) se lo cubrirá de vergüenza y se irá confundido, 6porque también le fue hecha la lectura a aquel que exigía los bienes.

Capítulo 26

                1Por tanto, por cualquier causa que faltare un hermano, 2será excluido de la oración y sometido a rigurosos ayunos. 3Si pidiese perdón postrado delante de todos los hermanos, se lo perdonará.

Capítulo 27

                1Pero si quisiera persistir en su pecado y soberbia y dice: 2“No puedo seguir, pero tomaré mi manto y me iré donde me quiera Dios”, 3el primero de los hermanos que le oiga decir esto, 4se lo referirá al prepósito, y el prepósito al abad. 5El abad se sentará delante de todos los hermanos, 6mandará traerlo, (y después) de corregirlo con golpes, se hará oración (por él), y así se lo recibirá en la comunión. 7Porque si no se enmendara con sana doctrina, se curará con golpes.

Capítulo 28

                1Si por casualidad algún hermano quisiera salir del monasterio por cualquier motivo de discordia, 2nada absolutamente se le pondrá sino un vestido ridiculísimo, 3y que se vaya el infiel fuera de la comunión. 4Pues los mansos y los pacíficos se apoderan del reino de lo alto, 5y son contados como hijos del Altísimo, y reciben preciosas coronas resplandecientes; 6en cambio, los hijos de las tinieblas irán a las tinieblas exteriores[6]. 7¿Sobre quién descansaré, dice el Señor, sino sobre el humilde, el paciente y el que teme mis palabras?

Capítulo 29

                1He aquí también algo que debe observarse: 2los que infringen el ayuno en la cuarta (miércoles) y la sexta (viernes) feria se hacen pasivos de una pena grave.

Capítulo 30

                1Esto también hay que agregar: 2que dentro del monasterio nadie haga artesanía, 3sino aquel cuya fe fuera probada, 4y que hará lo que pueda hacer para utilidad y para las necesidades del monasterio.



[1] Macario nació en el alto Egipto, hacia el año 300, y pasó su juventud como pastor. Movido por una intensa gracia, se retiró del mundo a temprana edad, confinándose en una estrecha celda, donde repartía su tiempo entre la oración, las prácticas de penitencia y la fabricación de esteras. Una mujer le acusó falsamente de que había intentado hacerle violencia. A resultas de ello, Macario fue arrastrado por las calles, apaleado y tratado de hipócrita disfrazado de monje. Todo lo sufrió con paciencia, y aun envió a la mujer el producto de su trabajo, diciéndose: «Macario, ahora tienes que trabajar más, pues tienes que sostener a otro». Pero Dios dio a conocer su inocencia: la mujer que le había calumniado no pudo dar a luz, hasta que reveló el nombre del verdadero padre del niño. Con ello, el furor del pueblo se tornó en admiración por la humildad y paciencia del santo. Para huir de la estima de los hombres, Macario se refugio en el vasto y melancólico desierto de Escete, cuando tenía alrededor de treinta años. Allí vivió sesenta años y fue el padre espiritual de innumerables servidores de Dios que se confiaron a su dirección y gobernaron sus vidas con las reglas que él les trazó. Todos vivían en ermitas separadas. Sólo un discípulo de Macario vivía con él y se encargaba de recibir a los visitantes. Un obispo egipcio mandó a Macario que recibiera la ordenación sacerdotal a fin de que pudiese celebrar los divinos misterios para sus ermitaños. Más tarde, cuando los ermitaños se multiplicaron, fueron construidas cuatro iglesias, atendidas por otros tantos sacerdotes.

Las austeridades de Macario eran increíbles. Sólo comía una vez por semana. En una ocasión, su discípulo Evagrio, al verle torturado por la sed, le rogó que tomase un poco de agua; pero Macario se limitó a descansar brevemente en la sombra, diciéndole: «En estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni dormido lo suficiente para satisfacer a mi naturaleza». Su cuerpo estaba debilitado y tembloroso; su rostro, pálido. Para contradecir sus inclinaciones, no rehusaba beber un poco de vino, cuando otros se lo pedían, pero después se abstenía de toda bebida durante dos o tres días. En vista de lo cual, sus discípulos decidieron impedir que los visitantes le ofrecieran vino. Macario empleaba pocas palabras en sus consejos, y recomendaba el silencio, el retiro y la continua oración -sobre todo esta última- a toda clase de personas. Acostumbraba decir: «En la oración no hace falta decir muchas cosas ni emplear palabras escogidas. Basta con repetir sinceramente: Señor, dame las gracias que Tú sabes que necesito. O bien: Dios mío, ayúdame». Su mansedumbre y paciencia eran extraordinarias, y lograron la conversión de un sacerdote pagano y de muchos otros.Macario ordenó a un joven que le pedía consejos que fuese a un cementerio a insultar a los muertos y a alabarlos. Cuando volvió el joven, Macario le preguntó qué le habían respondido los difuntos. «Los muertos no contestaron a mis insultos, ni a mis alabanzas», le dijo el joven. «Pues bien, -le aconsejó Macario-, haz tú lo mismo y no te dejes impresionar ni por los insultos, ni por las alabanzas. Sólo muriendo para el mundo y para ti mismo, podrás empezar a servir a Cristo». A otro le aconsejó: «Está pronto a recibir de la mano de Dios la pobreza, tan alegremente como la abundancia; así dominarás tus pasiones y vencerás al demonio». Como cierto monje se quejara de que en la soledad sufría grandes tentaciones para quebrantar el ayuno, en tanto que en el monasterio lo soportaba gozosamente, Macario le dijo: «El ayuno resulta agradable cuando otros lo ven, pero es muy duro cuando está oculto a las miradas de los hombres». Un ermitaño que sufría de fuertes tentaciones de impureza, fue a consultar a Macario. El santo, después de examinar el caso, llegó el convencimiento de que las tentaciones se debían a la indolencia del ermitaño; así pues, le aconsejó que no comiera nunca antes de la caída del sol, que se entregara a la contemplación durante el trabajo, y que trabajara sin cesar. El otro siguió estos consejos y se vio libre de sus tentaciones. Dios reveló a Macario que no era tan perfecto como dos mujeres casadas que vivían en la ciudad. El santo fue a visitarlas para averiguar los medios que empleaban para santificarse, y descubrió que nunca decían palabras ociosas ni ásperas; que vivían en humildad, paciencia y caridad, acomodándose al humor de sus maridos, y que santificaban todas sus acciones con la oración, consagrando a la gloria de Dios todos sus fuerzas corporales y espirituales.

Un hereje de la secta de los hieracitas, que negaban la resurrección de los muertos, había inquietado en su fe a varios cristianos. Sozomeno, Paladio y Rufino relatan que san Macario resucitó a un muerto para confirmar a esos cristianos en su fe. Según Casiano, el santo se limitó a hacer hablar al muerto y le ordenó que esperase la resurrección en el sepulcro. Lucio, obispo arriano que había usurpado la sede de Alejandría, envió tropas al desierto para que dispersaran a los piadosos monjes, algunos de los cuales sellaron con su sangre el testimonio de su fe. Los principales ascetas. Isidoro, Pambo, los dos Macarios y algunos otros, fueron desterrados a una pequeña isla del delta del Nilo, rodeada de pantanos. El ejemplo y la predicación de los hombres de Dios convirtieron a todos los habitantes de la isla, que eran paganos. Lucio autorizó más tarde a los monjes a retornar a sus celdas. Sintiendo que se acercaba su fin, Macario hizo una visita a los monjes de Nitria y les exhortó, con palabras tan sentidas, que éstos se arrodillaron a sus pies llorando. «Sí, hermanos -les dijo Macario-, dejemos que nuestros ojos derramen ríos de lágrimas en esta vida, para que no vayamos al sitio en que las lágrimas alimentan el fuego de la tortura». Macario fue llamado por Dios a los noventa años, después de haber pasado sesenta en el desierto de Escete. Según el testimonio de Casiano, Macario fue el primer anacoreta de ese vasto desierto. Algunos autores sostienen que fue discípulo de san Antonio, pero es imposible que haya vivido bajo la dirección de este santo, antes de retirarse al desierto. Sin embargo, parece que más tarde visitó una o varias veces a san Antonio, quien vivía a unos quince días de viaje del sitio donde habitaba san Macario. En los ritos copto y armenio, el canon de la misa conmemora a san Macario.

[2] Cf. Mc 12, 30-31; Lc 10, 27; Deut. 6, 5

[3] Cf. Mt 23, 12.

[4] Cf. Pr 3, 34; Tg 4, 6

[5] Cf. Lc 14, 11

[6] Cf. Mt 8, 12

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